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viernes, 16 de diciembre de 2011

La literatura. El arte de los ventrílocuos.

A Aurora Venturini

La metáfora es de Báñez. Es hermosa, morbosa casi, cruda, violenta, de cara lavada, lírica y fea. El escritor procede como proceden los ventrílocuos. Habla por medio de muñecos. Los ventrílocuos les llaman Pepe, Ramona, Serafín y hasta Chirolita. Los escritores les llaman narrador y personajes. La mecánica es la misma. Hacerse decir por otro, usarle la lengua al muñeco, desnudarle la tormenta, exhibirle la fragilidad, mostrarle el fracaso, los calzoncillos.
     Pero el dato no es menor. La ventriloquia de los escritores es muy saludable a la literatura. El hombre que está detrás de la pluma, detrás del muñeco, dice cosas que los discursos desprovistos de muñecos no dicen. Eso se llama, a mi modo de ver, especificidad del discurso literario. Es una toma de posición, claro. Eso se llama, para hablar con palabras de otros, literaturidad. La literatura, entre otras cosas, sigue justificando su estar ahí, porque sigue diferenciándose del resto de los discursos sociales gracias, insisto, entre otras cosas, a su capacidad de hablar con el vientre. De esa manera se saltan, se sortean, se burlan, las vallas morales, estéticas, jurídicas y sociales en general. ¿Por qué? Porque lo dijo él, el muñeco, no yo.
     Hablar con el vientre es muy saludable. Claro que la historia de la crítica ha sancionado con todo el peso de un rey la muerte del ventrílocuo. Pero toda persona que alguna vez haya gastado papel o pantalla en agrupar signos en una ficción sabe que él está en todos lados. Sabe, incluso, que es imposible desdecirse de él. Sabe, más aún, que cuando lo ha intentado ha fracasado, porque el muñeco, en algún momento de distracción, mira hacia atrás al hombre que lo empuña y manipula y le deja expuestos los hilos. Le echa en cara su mudez, digamos.
     Yo no sé qué falta de sensibilidad nos ha llevado al extremo de matar a los hombres que blanden muñecos, qué dimensión humana le hemos querido quitar al arte de la escritura, por qué hemos querido olvidarnos de la lengua que mece la lengua.
     Gabriel lo dijo con vos de muñeco, lo dijo en clave, pero quienes le conocemos las mañas lo encontramos siempre. Dijo que por favor no se olviden que detrás de la voz que narra hay una voz que siente, que detrás de los hombres que dicen que sufren hay un hombre que sufre.
     En la vereda opuesta están quienes leen al hombre más que a la obra. Ese no ceo, claro, que sea el camino. Pero es una pena, una mutilación dolorosísima, desatender la figura que dejó puesta Báñez, como todo él, para siempre. Es cierto, hay buenos y malos ventrílocuos. Y hay buenos y malos muñecos. Pero me parece que dejar al hombre afuera es una abstracción absurda. Es pensar el texto como una máquina autogenerada y autoabastecida. Por suerte lo nuestro es una tragedia. Quiero decir, una fatalidad que nos impide, aunque quisiéramos, acatar a los críticos. Digo, el hombre nunca dejará, porque de otra manera no puede concebirlo, nunca dejará, repito, porque otra cosa no puede ni quiere, la costumbre sana y milenaria de sacar las verdades más profundas, más íntimas, por el sitio entrañable y cálido por donde todo él una vez  ha salido.

1 comentario:

  1. Me dispongo a coger el gusto a este interesante blog. Enhorabuena. Un saludo muy cordial.

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