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lunes, 6 de febrero de 2012

Sangre

a la palabra sangre


¡Sangre! ¡Sangre! ¡Sangre! Me duelen mucho mucho las rodillas. Papá me dijo que se me calmaría el dolor cuando volvamos a casa pero yo sigo sangrando. Mamá insiste en vendas, curitas, cremas y algodones con alcohol. Papá dice que le cuente. ¿Que le cuente qué? ¿Que sangro? ¿Que me caí? Que sangro, que me caí. Y yo mientras tanto sangro. Mamá me persigue en un solo grito de desesperación por toda la plaza y yo siento que todos me miran. Y yo soy sólo una niñita lastimada. Mirá. Acá, la rodilla, papá, mirá. Contame, me dice. ¿Contame qué?, ¿es idiota? Cuando llegues a casa se te va a pasar, vas a ver, confiá en mí, contame qué te pasó. Mamá quiere curarme con algodones y me exige con lágrimas en la garganta y ronquera que corra hasta casa rápido por la infección. Papá me pide que le cuente. ¿Que le cuente qué?. ¿Acaso no lo vio? ¿No entiende o se hace? Sangro, papá, sangro. ¿Ves la rodilla?, mirala bien, sangro. ¿Sos ciego vos? El tobogán de mierda que se rompe siempre ahí, donde una pasa la colita bajo el vestido y el vestido que se levanta y ay!, un grito que no hubiese querido dar para que nadie se diera vuelta y me mirara la cara con llanto y las rodillas chorreadas, rojas, ásperas, sucias, y la sangre hasta los tobillos, los zapatitos blancos, las mediecitas de la abuela, el suelo de piedritas blancas, la sangre y todos mirando pobre la nenita cómo se lastimó, cómo se hizo nana la nena en el tobogán, que nadie se suba al tobogán porque se rompió, se rajó el plástico, ese, el blanco, que se van a lastimar. Y mamá corre y grita y papá me pide que le cuente. Que le cuente. ¿Qué le cuente? Que lo cuente, que lo diga, que lo escriba si no se lo quiero contar a él, que lo escriba en un cuaderno porque él tiene como una forma de pensar como con magia, con ilusión, con idiotez. Papá es idiota a veces. Papá me dice que lo escriba en un cuaderno. Que lo cuente, que diga, que nombre, que no calle, que tire palabras por el aire, que juegue y yo con la lastimadura a medio chorrear y él que nombre, que escriba, que las palabras son como esas lenguas de los perros de las estampitas de San Bernardo que te pasan por la herida y zas!, chau lastimadura. Pobre papá. Él no es malo. Quizá él sí crea que se cura las heridas así. Yo me dejo curar con los algodones de mamá. Con alcohol para que no se infecte. Con gasas.  Él pasa por detrás. Pasa medio escondido para que mamá no lo vea porque no quiere que yo crea en esas cosas. Pasa por detrás y me dice despacito al oído como un ladrón que la sangre que no se me vaya con los algodones y el alcohol, ya lo veré yo, hijita querida, esta noche, cuando agarres el cuaderno, se te irá con la palabra sangre.

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