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viernes, 2 de marzo de 2012

Igual que flores en el agua

A Clara, una palabra nueva

Las palabras sonaban como si flotasen,
igual que flores en el agua,
separadas de todo,
como si nadie las hubiera pronunciado,
y hubieran cobrado vida por sí solas.
(Virginia Woolf; Al faro)

Hoy mi hija trajo flores. Las trajo como siempre, sin tallo, sin planta, solas. Eso es porque las roba. Me pide que las pongamos en agua. Para que no se sequen, dice. Es un ritual doméstico al que disfrutamos no fallar. El agua va en un posillo blanco circular de porcelana. El agua llega a la mitad. Sobre ella las flores. Es curioso el modesto espectáculo de las flores en el agua. Al principio nadan, ondulan, oscilan, viajan. Luego van cobrando su lugar y así quedan. Inmóviles sobre su colchón suave de agua. A veces alguien pasa y reacomoda la vasijita blanca y nuevamente el agua las arrastra suavemente hasta volver luego de un momento a ganarse un lugar. Es lindo verlas allí. Lejos de todo. Es un espectáculo menos triste que hermoso. Colorido. Es lindo verlas allí sin los jardines o las plantas salvajes que las precedieron. Sin el pequeño universo del que eran una mínima parte invisible y natural. Lentamente comienzan a decir otras cosas. Módicamente significan. Una amarilla, la otra roja, lila y blanca la otra. Han entrado en un mundito nuevo, armado para ellas, que si bien es cierto que no es el suyo de origen, también es cierto que no tardan mucho en hacer de la vasija blanca que las contiene una morada en la que más que perdido raíces han ganado la fuerza. Su flamante orfandad destila una belleza limpia y nueva. Antes eran flores. Ahora son otra cosa. Nos obligan a mirarles detenidamente cada pétalo y a olerles de nuevo un perfume que antes solamente aromaba el ambiente. Brillan. Han cambiado su pigmento, su nombre, sus deseos. No sé bien lo que me dicen pero me hablan de otras cosas. El agua que las baña las ablanda, las suaviza, las exalta. Son hermosas y corpóreas en la transparencia. Mandan ellas en ese poquito de agua. No sé si extrañan. No sé si quisieran volver a sus plantas. Pero minuto a minuto se adueñan de ese círculo pequeño y silencioso con bordes levemente blancos y parecen haber nacido para ser lo que ahora muestran. Mi hija me habla y yo la escucho. Con ella hablamos de otro modo. Hoy trajo dos palabras nuevas de la calle. Las roba. Yo no dejo de mirar esas flores en el agua. Nadan o se aquietan. Se agitan o flotan. Se juntan o se alejan. Se buscan o se olvidan. Nacen y mueren. Nacen y mueren imperceptiblemente. Están bailando para otro circo. Más intimo. Más nuestro. Más solo. Lejos de casi todo. Su silencio, ahora, no es vacío. 

4 comentarios:

  1. "Es lindo verlas allí sin los jardines o las plantas salvajes que las precedieron. Sin el pequeño universo del que eran una mínima parte invisible y natural. Lentamente comienzan a decir otras cosas."
    Como parte de ese circo, me he sentido encantada.

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  2. A veces, a las personas nos pasa lo mismo. Nos arrancan del origen y así cobramos fuerzas, somos de verdad y podemos decir nuestra verdad.
    A veces el tallo es en realidad la celda.

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