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martes, 10 de abril de 2012

La mancha II

“...tornadas en cenizas desdeñosas
y ciegas a mis quejas y clamores.”
(Garcilaso de la Vega)

Adherida a la trama áspera del suelo hay una sombra informe. No fue con esas palabras, casi seguro, que mi abuelo me anunciaba la odiosa mancha en el piso de cemento de su galpón. Porque una cosa es la suciedad, decía, y otra la mugre. La mugre, según él la definía, era lo que Aquiles no podía arrancar de su pecho; la suciedad, en cambio, eran las vueltas de Ulises. Mugriento está el hijo de la diosa. El héroe de las mil vueltas es un sucio, se enojaba. Mi abuelo se ponía cada vez más oscuro conforme se ponía más didáctico. La mancha es a la suciedad, aclaraba, lo que el río es a los tarros de durazno oxidados con que miden la lluvia. Yo callaba porque el abuelo estaba melancólico y yo ya había entendido que había cosas que no tenían cura pero sí palabras. Adherida a la trama informe del suelo hay una sombra áspera. No creo que hayan sido exactamente esas las palabras del abuelo para despotricar sobre la fatalidad imbécil del aceite de los motores nuevos sobre el suelo viejo de su galpón. Porque una cosa es una tela de araña y otra la muerte que lleva adentro el veneno, exageraba. Trocaba sanamente la depresión en rabia. Sabiamente. Yo sabía infructuoso cualquier intento por tratar de hacerlo hablar claro o calmarle el furor. Armaba silogismos absurdos, comparaciones inútiles, alegorías oscuras o sinuosas para hablarme de una mancha de aceite de motor en el piso. Y lo peor es que yo ni siquiera eso veía. El piso estaba impecable como siempre. Pero el abuelo seguía dolido por la adherencia intratable y sorda de una ancha sombra sobre la trama inhóspita y cerrada del suelo. 

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