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sábado, 18 de agosto de 2012

La ardua musa

En el primero de sus largos miles
de hexámetros de bronce invoca el griego
a la ardua musa o a un arcano fuego
para cantar la cólera de Aquiles.
“El otro” (Jorge Luis Borges)

Quizás el capricho se despierte un día de estos.
(Vincent Van Gogh; Cartas a Theo)

Ardua de ardor y de sudor, buscamos lejos una musa callejera. Una musa de peatonal, caminada, de tren, alta y ligera, bailarina, o de ocho y cincuenta. Ardua de ardor buscamos la musa incendiaria y  delirante, sí, la musa que apenas nos toque nos brote. Ardua de sudor la musa que buscamos es también la musa a la que de tanto estirar la mano lúbrica acaso la pellizcamos. Una ardua musa. Un arcano fuego que nos finja o nos convenza más de lo que fuimos y que no seremos luego. Un sereno esmero que nos lleve más lejos, que nos estire el aliento. Buscamos una musa. Ardua para dejar de apoyar las medias en el suelo y morirse sin cortejo de un resfrío. Ardua también para adelantar un pie sobre otro pie sobre otro pie sobre los ripios del cemento. Musa buscamos. La ardua musa que no nos prescinda la lágrima olorosa pero que nos alumbre de naranja y azul de una vez por todas todo el cuerpo. Ardua para que nos lama y no nos muera. Ardua también para darnos el hacha desafilada y hacer del monte las maderas. Buscamos una musa de tacos más altos que un pie simplemente descalzo. Buscamos dejarnos nimios y encontrarnos amplios. Buenos. Más allá. Una ardua musa buscamos que con derrota y sin cesar tendremos fatalmente que inventar. Porque no somos Milton, ni somos Homero. Una musa ardua que algún día nacerá sin duda y vivirá pálidamente entre los dedos. No seremos Aquiles. Una pena. Cierto. No seremos los hijos lindos de un dios. Sólo, apenas, la larga rabia y, apenas, la lenta cura de estar siquiera a tono con su justa cólera. 

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