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sábado, 14 de marzo de 2015

Pehuajó


a la señorita Amalia, mi partera 

Mi partida de nacimiento detenta, entre sus tintas, una, que bien podría ser considerada un alto capítulo de la gauchesca argentina del siglo XIX. Ascasubi 635. En Pehuajó. Allí Amalia, la partera del barrio, me arrimó borrosamente, supongo, a la luz. Me explico. Pehuajó (porque no todos tienen la obligación de ser pehuajenses) ostenta, por el absurdo, podríamos decir, pues casi nadie sabe allí lo que se nombra, en todas sus esquinas, el nombre de algún escritor del siglo XIX. (O la intersección de dos, diríamos mejor, Sarmiento, esquina Alberdi, por ejemplo)Y como el siglo XIX es como una Gran Gauchesca, podría decirse que la historia de esa hermosa literatura reside en las calles de mi pueblo de origen. El encargado de tan curiosa obra fue Rafael Hernández, quien presidió el primer Honorable Consejo Deliberante de la futura ciudad.
Por eso, cada tarde, podría decirse que yo evolucionaba hacia la casa de mi abuela, en José Hernández 150. Entre Esteban Echeverría y Estanislao Del Campo.
El único escritor agregado, tiempo después de la fundación del pueblo, fue, claro, Jorge Luis Borges, que se apea a los carteles azules de la calle principal. Y no desentona, diremos, si le creemos a aquel escritor que prefiere colocar al unánime poeta entre quienes vivieron y escribieron un siglo antes. Pero poner a Borges en el centro, yo lo dije una vez en un bar entre cerveza y cerveza en el que nadie por supuesto me oyó, es de una falta de creatividad lamentable.
Cuando, por fin, volví como escritor a mi pueblo, propuse otro nombre. Juan Manuel de Rosas. Porque en el centro, alegué, antes de que me dijeran la obviedad que presumía, porque el centro de toda literatura siempre es alguien que prescinde de la pluma. El escritor de los escritores.
Tiempo después me entero de un proyecto en la legislatura municipal. Alguien había propuesto poner a Rosas, alegando mi sugerencia, pero sin sacar a Borges, sino desplazándolo al acceso de entrada a Pehuajó, una ciudad hermosa e irrecuperable. Patria en la que sigue en disputa (cosa que no asombra en una ciudad casi del pasado) la mejor literatura nacional.

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